Desde el Centro Argentino
de Arte Cerámico (CAAC), queremos honrar la memoria de Carlos Carlé, cuyas piezas son testimonio eterno de su talento y dedicación.
Carlos Carlé nació en Oncativo, Córdoba, el 28 de julio de 1928. Allí, en la
fábrica de refractarios de su padre, enfrentó el conocimiento del trabajo con material
cerámico al calor de altas temperaturas. Mudado en 1938 a la ciudad capital del
país, su vocación artística lo llevó a la formarse, entre otras cosas, en dibujo y
escultura.
En la década de 1950 conoció a la ceramista Ana Mercedes Burnichón. Ésta,
a quien reconocía como “una maestra extraordinaria”, lo invitó a su taller, espacio
en que pudo aproximarse a aspectos experimentales de su arte. Con ella y con
Roberto Obarrio conformó el eximio grupo Artesanos, referente inexcusable para
una historia de la cerámica en nuestro medio que no deje de recorrer ese momento
triunfal del hacer, cuando el dominio virtuoso del oficio permite poner la cerámica en
un sitial de paridad con otras artes estimadas “de vanguardia”.
Si atendemos a los aspectos institucionales de nuestro ámbito, tenemos que
recordar que, en 1958, Carlé formó parte de aquellos ceramistas que su comunidad
votó para conformar el primer Consejo Directivo del Centro Argentino de Arte
Cerámico y, rotativamente, presidirlo. Su presencia continuada en la historia de la
entidad devela su rol activo en la producción, circulación y reconocimiento de este
arte.
Si retomamos el deseo de despliegue que siempre moviliza lo creativo,
debemos apuntar aquí al hablar de Carlé que, aproximadamente medio siglo atrás,
viajó a Europa donde pudo mostrar su trabajo en distintas ciudades del viejo
continente y, de modo simultáneo, visitar países diversos con tradiciones cerámicas
cardinales: Francia, Alemania, Dinamarca, Holanda― en pos de perfeccionar su
conocimiento del hacer con especial acento en un material: al gres. En ese periplo,
la península itálica tuvo papel protagónico: primeramente, en octubre de 1963,
recaló en Vietri sul Mare, ciudad de la costa amalfitana donde trabajó con Vincenzo
Solimene, creador de la afamada manufactura que lleva su nombre; más tarde, en
el verano septentional de 1966, escogió como lugar de residencia Albissola Marina,
un municipio que apenas excede los 3 km 2 y no alcanza a reunir 6.000 habitantes,
situado allí donde el monte Beigoa se bañan en el mar de Liguria. Ciudad en que la
cerámica es notable desde el Cinquecento ―y cada abril realiza un Festival
Internazionale della Maiolica―, es un paisaje escogido por muchos otros creadores
del siglo XX: igual que Carlé, en Albissola Marina eligieron trabajar y vivir Wifredo
Lam ―con quien el ceramista trabó amistad―, Lucio Fontana ―otro argentino que
continuó su desarrollo en la península itálica―, Asger Jorn, el pintor del grupo
CoBrA de quien pervive allí su casa como museo. Carlé se instaló definitivamente
en tierra albissolesa en 1973, donde ha liderado oportunamente su Circolo degli
Artisti. Albissola Marina ostenta, desde 2005, su Onda, un largo banco en el cual es
posible sentarse a contemplar el mar al abrigo de un sinuoso mural cerámico de
250 m², realizado colaborativamente por Carlos Carlé, Aurelio Caminati y Emanuele
Luzzati.
Hasta esta radicación última, Carlé continuó laboralmente enlazado a nuestro
país. En 1963, junto a otros treinta ceramistas, representó a la Argentina en la 9°
Exposición Internacional de Arte Cerámico organizada en Washington por la
Smithsonian Institution, certamen en que nuestra delegación se alzó con tres
distinciones por los envíos de Carlé, Eva Ham e Ingeborg Ringer. Otras distinciones
relevantes acontecen en 1969: el Mural Blanco que presentó al XII Salón Anual del
Centro Argentino de Arte Cerámico le valió el Premio Adquisición otorgado por la
Subsecretaría de Estado de Cultura, en tanto su Forma alcanzó en el mismo Salón
el Primer Premio de la sección Escultura, otorgado por el Fondo Nacional de las
Artes.
Como es posible observar hasta aquí, indócil tarea es proponerse consignar
de modo sintético los alcances que Carlos Carlé ha dado a la labor cerámica. En el
registro de lo nacional, lo sintetizaremos en unas pocas circunstancias que
atestiguan su carácter de referente. En 1972, el Ministerio de Relaciones Exteriores
y Culto extendió al Centro Argentino de Arte Céramico la invitación del Victoria &
Albert Museum de Londres para enviar diez piezas que representen la cerámica
actual de nuestro país; invitados los socios del CAAC a presentar sus trabajos, dos
piezas de Carlé estuvieron entre las escogidas a tal fin junto a otras ocho de Pablo
Edelstein, Nélida Luciani, Ingeborg Ringer, Diego Daniel Montenegro, María
Olinhaus y Leo Tavella. Ese mismo año, el CAAC hace un reconocimiento a su
labor al mostrar sus trabajo ―y el de Rodolfo Curcio― en calidad de Invitados
Especiales de su XV Salón Anual. Por último, en 1973, un Jurado convocado por
Subsecretaría de Cultura de la Nación y el Ministerio de Relaciones Exteriores y
Culto los escogió como uno de los diez artistas que representarían a nuestro país
en la exposición canadiense Ceramic’s ’73.
En la esfera de lo internacional, el desarrollo que ya había alcanzado para
entonces el arte de Carlé le abrió las puertas de la Academia Internacional de
Cerámica de Ginebra, donde fue recibido como nuevo miembro en 1972. Más
reconocimientos ―éstos, ahora, de rango mundial― se suceden en el devenir de la
década: entre los de mayor dignidad, el Premio della Reggione Emilia Romagna en
la XXXII edición del Concorso Internazionale della Ceramica d’Arte de Faenza en
1974; poco después, en 1976, el Gran Premio de la Bienal Internacional de la
Cerámica de Arte de Vallauris.
Entre tanto, su obra recorre el mundo. Por caso, desde 1986 hasta 1989, esto
se debe a que el artista formó parte del Encuentro de Ceramistas Contemporáneos
de América Latina, un emprendimiento itinerante con origen en el Museo de Ponce,
Puerto Rico y meta en Buenos Aires.
En 1991 Carlé obtuvo el máximo galardón de la XXXI edición del Premio
Suzarra, un concurso nacido en esa ciudad mantuana en 1948 como un
intercambio simbólico entre el trabajo artístico y el trabajo agrícola: tanto los
vencedores ―escogidos por un jurado de artistas y agricultores― recibían
productos de la tierra a cambio de la adquisición de las obras premiadas para el
patrimonio municipal; este certamen hizo posible, en 1974, la creación de una
Galería Cívica de Arte Contemporáneo.
Con el final del siglo comienzan a advenir al camino de Carlé los
reconocimientos ligados a su ya incontestable calidad de artista señero en general y
del quehacer cerámico en particular: en 1997 recibió el Albissola Oscar, un
agradecimiento oficial para los artistas cuyo trabajo ha contribuido a la imagen de la
ciudad ante el resto del mundo; en 1999, el IV Simposio Internacional de Cerámica
del Instituto Municipal de Céramica de Avellaneda fue convocado “en homenaje y
reconocimiento a la trayectoria profesional del ceramista Carlos Carlé”; en 2002, el
Estado de Japón lo convoca como miembro del Jurado para evaluar las
presentaciones al Festival Internacional de Cerámica de Mino.
Con este recordatorio de una travesía creativa que enorgullece a nuestro país
y a nuestro quehacer, el Centro Argentino de Arte Cerámico despide a uno de sus
excepcionales miembros de inicio. Con justicia, sus piezas enaltecen más de una
treintena de colecciones públicas y privadas a lo largo y lo ancho del mundo; son
ellas las que, de modo indubitable, guardarán ―y nos devolverán siempre― la
memoria de un ceramista eficaz.